sábado, 23 de mayo de 2009

De cómo ser un patético lector


(Confesiones inútiles para una redención intelectual)

POR MANUEL ROBERTO RUVALCABA RIVERA

Me resisto como un caballero antiguo, a la osadía de leer “libros” digitalizados, sea por romántica nostalgia y vaga sensación de bohemio que cual cigarrillo en la boca, tras varias bocanadas me deleito con la sensación de sentir en las yemas de mis dedos, la aspereza o delicadeza del papel impreso, ó también por que al leerlos en la pantalla plana de la PC o del aparato telefónico que incluye adjuntar archivos de enciclopedias enteras y que a parte sirve para hablar con otras personas, se me irritan los ojos de tal manera ; esto me sucede a menudo cuando no me pongo mis lentes de lectura -que suele pasarme muy seguido- provocándome un intenso dolor en la parte craneal de mi cabeza, llegando a tal punto la molestia que pareciera que un millón de alfileres estuvieran clavándose al mismo tiempo. Tal vez por eso no me gusta leer libros en la computadora, ni en ningún otro aparatejo electrónico o mejor dicho digital de los que actualmente tanto abundan con la finalidad de hacer más llevaderas las tareas del hombre moderno.
Disfruto aquellas lecturas de autores olvidados o mejor dicho empolvados, por que considero que uno debe demostrarles cierto respeto, digo, no cualquiera escribe un libro, bueno, me retracto de esta parte, no me acordaba que Carlos Ahumada “escribió” recientemente un libro al que todos criticaron para darle publicidad y en el que incluso los intelectuales en su ánimo de destrozarlo todo, hasta le dieron publicidad gratuita. Ya estaría de Dios, con el tal Ahumada.
El caso es que mi biblioteca personal, (me gusta llamarle así a mi pequeña selección de libros de las colecciones de editores mexicanos unidos) últimamente no ha sido renovada, no por falta de apetito intelectual, mas bien por falta de dinero en mi cartera. Esta situación provocó que durante un tiempo, me convirtiera en uno de esos truhanes, que sin dudarlo se aparecen en las librerías de cualquier samborns o vips, para sin ningún remordimiento, arrancar suavemente la cobertura de ¿celofán? y dar unas cuantas ojeadas a los singulares títulos que exhiben estos centros comerciales, dejando su sello personal con las huellas digitales impresas al palpar las hojas enriquecidas de textos y después de manchas negras de los dedos sucios.
Si he de confesarlo, me he transformado en un monstruo hambriento de letras, que bajo la anuencia de mi insigne conciencia, disfruto a placer, el hecho de leer un libro sin comprarlo; pensé al inicio que sería más conveniente visitar las bibliotecas públicas, sin embargo ante la ausencia de visitantes, me resultaba más mórbido el atreverme a realizar tal hazaña en dichos centros comerciales, incluso llegando a disfrutar de la mirada hostigante del empleado de corbata roja, que simulaba acomodar los libros para observarme. Finalmente después de leer un capitulo, acomodaba el ejemplar de tal forma que según yo, nadie mas pudiera hojear, pues mis huellas digitales ya habían hecho mío tal artículo. Luego muy campante y tratando de emular un gesto de insatisfacción, salía de ahí ante la mirada indiferente del cajero, por no haberle dado la complacencia de comprarle un libro. Esos pocos segundos anidaban en mi pecho una oleada de emociones de satisfacción que me hacía pensar: engañe a Slim, he leído sin hacerlo más rico.
Patética costumbre que al paso del tiempo, fue aminorando, ya que poco a poco veía los pasillos de los libros y revistas mas solitarios. Pude ver en ese lapso de tiempo que duró mi enfermiza compulsión, como iban cambiando los títulos de los libros, según fuera la época y la moda; algo he de mencionar para salvar mi honor, jamás, pero jamás, me pasó por la mente leer uno de los pomposamente llamados best seller, que incluían nombres de “autores” como Carlos Cuauhtémoc Sánchez y sus estúpidas moralejas, en las consecuciones de su “Juventud en Éxtasis” en los que acosaba a los susodichos con vendarles los ojos, a este paso, pensaba yo, en cualquier momento Carlos Trejo, el supuesto “caza fantasmas” también llegará a escribir un best seller; me daba nauseas pensar en esa terrible posibilidad.
Cuando no leía libros en estos lugares, paseaba mi vista por las revistas, comparaba diferentes de esas que hablan de política, donde según las intenciones del editor, un personaje es víctima o victimario, pero en la mayoría de ellas, al pueblo se le consideraba como poco merecedor de sus gobernantes, exceptuaba de estas revistas una que otra que abordaba con seriedad y realismo el tema social de la organización política actual.
En otras veces las revistas llamadas de Arte y Cultura, me cegaban ante sus altísimas conjeturas de la versión de la existencia, ya que con su inmaculada selección de textos sobre crítica artística en las diferentes expresiones, cine, teatro, pintura, literatura, etc, etc, etc; me quedaba anonadado sintiéndome un neófito y vulgar lectorcillo que no entendía el Arte y la Cultura, eso no me fastidiaba, pues me consolaba observar que la revista editada elegantemente por el Instituto Cultural de Aguascalientes, con recursos del pueblo para difundir la cultura, en la que se gastaba una onerosa cantidad, siempre veía el mismo número de ejemplares y ni siquiera hojeados, pensaba yo, por hojaldras.
Así que debido a mi odisea, cansado y aburrido ya de ver siempre los títulos más engañosos de autores que quieren promover escándalos con temas por demás explorados y ante la inminente ausencia de autores mexicanos, pues en verdad sufren más los propios que los extranjeros, decidí regresar a mi bunker de lecturas clásicas, con autores que se encargaban de desgarrar el alma en malabáricos intentos por demostrarle al hombre que la razón de su existencia es su capacidad de razonar y de asimilar en los demás mortales, los propios temores y hazañas, que solo el amor puede motivar, aunque de ello dependa la aniquilación de los viejos moldes mentales.
Hasta aquí está bien, ya después de tal confesión, quisiera decir que ha mejorado mi humor, aunque lo cierto es que, se han terminado mis cigarrillos y disfruto tanto el hecho de ser tan sarcástico, que solo puedo comentar que me es más urgente salir a comprar otro paquete, que tratar de darle un final feliz a esta absurda confesión de un patético lector en busca de su redención.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusto bastante tu artículo. No hay como arrancar el celofán y percibir el aroma de un libro nuevo.
Saludos